domingo, 15 de marzo de 2015

Telegrama a mi espalda.

Me duele la espalda. Me duele de ser una imprudente y haberme enfrentado a una semana de exámenes con miles de inseguridades dentro. Me duele porque soy joven y como tal me tengo que quejar de algo. Y si, lo reconozco, no paramos de poner pegas a todo: la comida está mala, demasiado fría, demasiado caliente, sosa, muy sabrosa, son muchos deberes, hay más asignaturas, demasiado temario en el examen, me levanto muy pronto, no quiero esto, no haces lo que quiero, no cojas mis cosas, ¿por qué no me haces caso?, ¡pero mírame cuando te hablo!... Así podría estar todo el día. Nos creemos alguien y no somos nada más que niños, mocosos que cuando pasan a 1º de ESO se creen más mayores, más guapos, más altos y los mejores del mundo, este ego crece según vas subiendo de curso hasta que maduras y, te das cuenta de lo estúpida/o que has sido creyéndote alguien cuando los mayores te dan mil vueltas, que como dice la canción "se querían comer el mundo, pero vino el mundo y se los merendó", pensamos que tenemos en nuestras espaldas años y años de experiencia cuando todavía no nos hemos atrevido a romper el cascarón aunque aparentamos que sí.
Y dicho esto: 

Querida espalda:

Te escribo esto para que te portes mejor  y dejes de ser egoísta. El corazón sufre más que tú todos los días y no se queja tanto (para eso ya se encarga la cabeza de recordarte lo estúpida que fuiste). Deja de machacarme no dejándome dormir por las noches con tus golpes incesantes de niña mayor. Deja de intentar ser independiente cuando necesitas de que mamá te arrope y sentir las manos de papá en un abrazo para ser feliz, has encontrado la calma en una persona ajena a tu familia y, por mucho que lo intentes evitar, cabeza y corazón están de acuerdo y contra eso, no se puede luchar. Deja de hacer que me ponga de mal humor cuando me sacas de quicio. En vez de separarte, sé feliz conmigo.


                                                       Atentamente: El resto de tu yo.

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